El viaje a través del desierto y la salida a la tierra prometida –el viaje de la vida con Cristo– tiene que ver con romper barreras. Se trata de decidir ser alguien que va de lleno con Dios, a diferencia de la incontable cantidad de otros individuos que se sientan en su casa y observan cómo el destino les pasa por delante. En tanto que hay millones que viven en algún punto entre el pesimismo y lo común y corriente, esperando poco de sí mismos y menos de Dios, los “uno en un millón” se niegan a permitir que sus vidas estén definidas por limitaciones normales y rutinas mundanas. La mayoría deja que las barreras ganen. Unos pocos las traspasan. ¿Por qué no puedes ser uno de estos últimos?
Hemos pasado mucho tiempo discutiendo sobre lo que se necesita para crecer personalmente en la intimidad con Dios, para perdernos dentro de sus propósitos superiores para nuestras vidas, confiando en que, a través de sombras y tormentas, nos dará todo lo que necesitamos para vivir en fe y plenitud, más allá de nuestras circunstancias.
Hemos visto cómo Dios libró a su pueblo de Egipto, y nos hemos maravillado una vez más al ver cómo también nos liberó a nosotros del pecado y la rebelión, nos llevó a una relación consigo mismo a través de Jesucristo y nos dejó atónitos con una gracia demasiado hermosa como para poder resistirla. Lo hemos observado perfeccionar a los hijos de Israel a lo largo del tiempo que pasaron en el desierto, demostrándonos que sus promesas permanecen fieles, incluso cuando todo parece ir en dirección opuesta.
Así es, la liberación es lo que hace que este viaje sea posible.
Y la fase de perfeccionamiento es lo que lo torna beneficioso. Sin embargo, la pregunta mayor que tenemos frente a nosotros ahora, como personas a quienes no solo se nos ha prometido “vida”, sino vida “en abundancia”, es si seguiremos todo el camino con Dios. Todo el camino hacia nuestro destino señalado y abundante.
Casi todos nosotros hemos experimentado su guía en el desierto en contra de nuestros deseos y preferencias personales. Una vez que nuestro orgullo y nuestra veta independiente quedaron así expuestos, Dios se nos reveló no solo como nuestra única roca y recurso, sino también como un Dios que tiene pasión por acercarnos a Él, que nos quiere cerca. ¿Lo seguiremos y dejaremos fuera a todos los demás, aun al tirano cuyo rostro se refleja en el espejo de nuestro baño? ¿Romperemos las barreras que nos impiden gustar y ver, conocerlo y experimentarlo? ¿Nos sentiremos completamente insatisfechos con ser personas que meramente tengan un lado religioso en sus vidas, que sonrían, estrechen manos y piensen que es probable que el banco de la iglesia sea suficiente para nosotros? ¿Permitiremos que la liberación y el perfeccionamiento cumplan el propósito que Dios les asignó de conducirnos al destino?
Este es el momento de hacer una movida. Luego de once meses de acampar en el punto más lejano a Canaán, luego de oír la voz de Dios y de verlo descender sobre la montaña, luego de recibir la ley y de entrar en el pacto, el Señor consideró que el pueblo estaba listo para recomenzar su peregrinaje hacia la tierra prometida.
Luego de invitarlos para que lo experimentaran en el desierto, ahora tenía preparado algo más. Les dijo a los hijos de Israel: “Cuando estábamos en Horeb, el Señor nuestro Dios nos ordenó: Ustedes han permanecido ya demasiado tiempo en este monte” (Deuteronomio 1:6). Y cuando Dios ha logrado lo que se ha propuesto para esa etapa de la vida, nos dice lo mismo a nosotros. Lo que hagamos en ese momento nos dirá si hemos decidido que ya tuvimos suficiente o si, por fin, romperemos las barreras, esas que nos mantienen detenidos fuera de nuestro destino, tal vez durante toda la vida. El viento está cambiando; es hora de levantar campamento.
“Pónganse en marcha y diríjanse a la región montañosa de los amorreos y a todas las zonas vecinas: el Arabá, las montañas, las llanuras occidentales, el Néguev y la costa, hasta la tierra de los cananeos, el Líbano y el gran río, el Éufrates” (Deuteronomio 1:7).
“Pónganse en marcha y diríjanse”. Todos verbos de acción. Todos requerían una respuesta deliberada de quienes los escuchaban. No era fácil darle la espalda a once meses de vivir en el temor, pero con la atractiva presencia de Dios en Sinaí. No, no era Egipto. Pero tampoco era la tierra prometida. Sin embargo, había sido su mundo durante casi todo un año. Se había convertido en su nueva normalidad.
No obstante, para llegar a Canaán sería necesario estar dispuesto a levantar campamento, dejar sus actividades habituales, trazar un nuevo plan y dirigirse hacia el nuevo destino. La llegada a Canaán estaba reservada para aquellos dispuestos a hacer cambios. Dios los estaba llamando una vez más a lo desconocido, y los estaba preparando para enfrentarlos al decirles que pensaran con seriedad los próximos pasos a seguir. Para dirigirse a Canaán sería necesario que se comprometieran en mente, cuerpo y espíritu con una nueva empresa. Ahora debían comenzar a calcular la transición entre el perfeccionamiento y el destino.
En cada una de nuestras caminatas con Dios llega un momento en que el tiempo de acampar al pie del Sinaí termina, cuando nos vemos obligados a tomar lo que hemos recogido al estar cerca de Él y comenzar a avanzar. Aunque las circunstancias del desierto tienen la cualidad exclusiva de quitarnos las distracciones y concentrar nuestra atención en la fidelidad, el amor y la gloria de Dios –y aunque el Señor usa estas situaciones para ayudarnos a aprender a caminar una vez más en la relación que Él desea–, debemos responder al movimiento de su Espíritu cuando nos empuja suavemente hacia el siguiente lugar de nuestro viaje.
Pónganse en marcha y diríjanse. Levantar campamento, como así también las barreras restantes.
Entonces, la pregunta es: ¿vienes? ¿Estás preparado para salir de tus lugares confortables, o tal vez de cierto pecado o distracción espiritual, para dirigirte hacia el lugar donde Dios quiere llevarte? ¿Has calculado cómo piensas dirigirte hacia un nuevo rumbo mediante un plan de acción que te ayude a pasar de un lado al otro? ¿No solo estás dispuesto a ir donde Él te guíe, sino también a ser responsable de completar el viaje? Dios te llama. Ponte en marcha y ve.
Los dones de Dios requieren modificaciones en el estilo de vida si deseamos ser capaces de manejar, disfrutar y apreciar cabalmente lo que Él hace en nuestras vidas.
¿En qué situación te encuentras en este momento que requiera un “vuelco” para poder abrazar la voluntad de Dios para tu vida? ¿Qué clase de cambios te pide? ¿Y qué esperas que suceda si continúas resistiendo esta nueva dirección por cualquier motivo: inconveniencia, temor a lo desconocido, aversión a toda la situación?
Pablo habla de cómo debemos correr “de tal modo”, no solo para sobrevivir a la carrera, sino también con el propósito y la persistencia de correr “de tal modo que ganes” (1 Corintios 9:24).
Dios trasladaba a Israel de un lugar a otro, al siguiente, y se preparaba para ponerlos en posición donde su destino deseado estaría claramente al alcance. Pero para ir donde Dios los guiaba, se les dijo que se pusieran en acción, que hicieran las cosas de manera diferente a como lo habían hecho hasta ahora. Se esperaba que creyera que aquello que debían conquistar por orden de Dios valía cada sacrificio que hicieran. Se les indicaba que marcharan con osadía lejos de la seguridad, para entrar en una nueva fase en su marcha detrás de Él. La ruptura de barreras dependía de ello.
Para que nosotros abracemos esta oportunidad y la hagamos nuestra, Él nos llama a participar consigo en esta experiencia de vida abundante a través de una deliberada decisión de “ponernos en marcha e ir”.
El Señor ha hecho todo lo necesario para que confiemos en Él. Ha demostrado su fidelidad, su perseverancia, su deseo sobrenatural de procurar la intimidad con hombres y mujeres. No falta nada, tan solo aquello que Él sabe que es mejor para nosotros:
que aceptemos por completo las bendiciones que ha prometido al enganchar nuestro vagón al suyo y marchar hacia su destino lleno de gracia. No corras ni te encierres en tu carpa cuando Dios te ha dicho que levantes campamento. Ponte de camino a Canaán.